De política y delito hay que volver a hablar

4 de febrero de 2024

 

 

 

Más allá de los tiros al aire debidamente cachados por el presidente hasta convertirlos en “asunto de Estado”, lo cierto es que el crimen organizado ha afirmado su ominosa presencia en vastos espacios y capas de la vida pública mexicana. Desde hace años, la fuerza poderosa y ciega, por brutal, del crimen organizado (sea en su brazo del narcotráfico, la venta de órganos, el trafique con mujeres y niños) ha influido en los asuntos públicos y del poder, sean éstos electorales o desde el poder formalmente constituido.

Así ocurre y ha ocurrido en países de diverso peso económico y densidad política. Ya no se trata solamente hacer sentir peso e influencia en las cosas del poder, sino de reconfigurarse como figura abierta de obligada consideración, conjetural o no, por parte de quienes presumen ser habitantes únicos e incontestados de los ámbitos decisivos del poder y sí, de la riqueza mal habida. La ingenuidad, malévola o no, que caracterizó por muchos años la turbia y torva relación del poder y la política con el crimen ha perdido su velo protector y ha dejado de ser manantial fácil de las leyendas que cubrían esa nefasta vecindad.

Crimen y política suelen ir de la mano, pero siempre acompañados por un aire de misterio que buscaba darle a su maridaje aires de legimidad difusa y confusa. Ahí están las historias e historietas tejidas por el gran Manuel Buendía para acompañar su diario quehacer, también los relatos espesos que le daban profundidad a las un tanto absurdas pretensiones de gobernantes y dirigentes de diverso calibre de tener “bajo control” ese pantano; y qué decir de los majaderos y criminales callejones que el “general” Durazo quiso imponer como degradantes avenidas para el poder y sus recién llegados.

Otra vertiente fue abierta por las condenables incursiones del Estado en la fétida contra-insurgencia impuesta por el poder imperial desde los Estados Unidos de América, rápidamente “naturalizada” como práctica ilegítima pero siempre acatada por los habitantes de las alturas del poder. Lo que propició cinismo y prepotencia en las llamadas fuerzas del orden y se trasladó a nuevas y no tanto formas delictivas, que enriquecieron a unos cuantos y enlodaron lo poco que le quedaba al país en materia de orden y servicio públicos.

La historia es larga y siempre tentadora para novelistas e investigadores. Pero su permanencia no debe ofuscar nuestros entendimientos que hablan del peligro real e inminente para regiones, comunidades y actividades lucrativas estratégicas; y, ahora sí, tejer el lazo mágico que subordine al crimen y dé a la política su lugar en el centro del mando del Estado y donde podría tejerse todavía la leyenda de la legitimidad perdida.

Por lo pronto hagamos esfuerzos por siquiera imaginar que nos las arreglamos para construir puentes de entendimiento reales desde donde emane la acción colectiva, indispensable para defender nuestra precaria y maltratada democracia, sin caer en fantasías neuróticas de dominio.

Negar la gravedad de lo  que nos pasa forma parte del camino al fondo de la barranca. Pero así y ahí estamos.

Saben comprar voluntades y silencios, intimidar a personas, negocios, empresas, comerciantes, medios de comunicación…., pero en su plan de negocios no está incluido, por lo menos hasta ahora, estar al frente del gobierno. Lo suyo es presionan y amedrentar, quieren vías libres y, de no ser el caso,  recurren con absoluta frialdad a la comisión de los crímenes más horrendos.

En esta anomalía, para desgracia de todos, no somos diferentes, frase a la que el presidente recurre con singular alegría. Entre nosotros aunque el objetivo principal de un buen número de esas hordas de asesinos sean consumidores externos, en buena medida de Estados Unidos, el mercado interno no es nada despreciable; al contrario, parece estar registrando ampliaciones ya que no sólo se dedica a la venta de las drogas sino a reclutar a centenares de jóvenes que, por más jóvenes construyendo el futuro, no alcanza a contrarrestar  nuestro boom demográfico vuelto tragedia demográfica.

La trama de las violencias criminales no se tejieron de la noche a la mañana. No son flores, por así decir, de este gobierno, pero los abrazos tampoco han reducido los brotes y manifestaciones de las violencias que nos cruzan y dividen, nos enfrentan. Ofrecer seguridad a los ciudadanos y combatir la delincuencia son tareas primarias y primeras del Estado; función primordial de la autoridad en un país de leyes, pero aquí, la creciente y variada criminalidad no parece poder explicarse sin tratos entre funcionarios, de diferentes instancias, e instituciones de seguridad y justicia. Atribuciones indebidas, impunidades y falta de compromiso político de buena parte de la clase política.

De cara al proceso electoral se exaltan las pasiones, se incrementan las apuestas, y más “abiertamente” se ostenta el poder del crimen organizado pero en los hechos ninguna acción firme, ningún discurso claro, que obstaculice y se oponga al inminente peligro que el avance de estas fuerzas significan para nuestra vida pública, para la democracia y la seguridad nacional, para no insistir más en la cotidiana zozobra de millones de mexicanos.

Es conveniente que las fuerzas políticas todas se comprometan a dejar de lado el discurso facilón del “yo acuso”, de la nota a modo, del uso de las redes sociales. Las acusaciones y pruebas se presentan ante el Ministerio Público no en el mitín de la plaza, ni en mañaneras.

No juguemos con fuego, el peligro no es menor.